sábado, 23 de mayo de 2009

El lío de las mil vacas, antonov y kasparov, los cacahuetes y juanito andarín.

Hola de nuevo, ya estoy de vuelta, tras un pequeño lapso de tiempo, en parte por vagancia, en parte por pereza, acompasado con un poco de hastío, pero sobre todo por falta de algo interesante que contar, y aderezado con problemas de conexión. No tanto realmente por falta de buena línea, sino por problemas de logística (dichosa palabra que aquí se usa para todo). No tanto por mala conexión sino por la complicación de buscar el cable desocupado en el momento adecuado. Trabajo muchas horas con el ordenata y sin línea y cuando llega la noche, lo último que me apetece es ponerme a escribir. Sobre todo ceno, charlo con mis colegas en la cena, y charlamos después de la cena, pero no me “provoca” (como decían en Venezuela) ponerme a escribir. Creo que no he escrito ni un solo mensaje en dos semanas, porque por cierto, sigo teniendo en uso mi correo Hotmail, que tímidamente abro casi cada dos días, pero no escribo.
Durante estas dos semanas que no he escrito, todo sigue más o menos igual. Ha habido días de calor, y de mucho calor, durante unos días bajó la temperatura e incluso podía respirar después de comer, después ha vuelto a subir y ahora me siento como un escarabajo boca arriba después del lunch. La combustión estomacal me provoca un estado de catalepsia hipnótica que espesa mis neurotransmisores (más aún de lo habitual) dejando mi cerebro como un plastrón vermicular. Por lo demás, estoy bien.
Ayer traje un termómetro, de los de paciente, y marcaba 38’6ºC, Al Fashir tiene fiebre. No son los 43 de Jartum, pero no está mal.
Y pasamos rápidamente a una “breve” puesta al día.
El lunes pasado fui a Shangyl Tobaya (ST), en avioneta, con mis colegas. Rápidamente, un poco por aquí otro poco por allá, husmeando en todas partes, rápida visita-supervisión casi corriendo como siempre. Esta forma de llevar el proyecto, con estas visitas de un día lo llamamos “control remoto”, igual que hacen en Somalia. Consiste básicamente en que los trabajadores emesef locales, (dos médicos, cuatro medical assistants, ochos enfermeros, varios enfermeros assistants, nutritional assistants, community health workers, un psicólogo, counsellors, etc, más logistas locales, conductores, traductores, guardas, cocineros, limpiadores, hasta 100 personas) salvan vidas, y nosotros, a parte de supervisarles una o dos veces por semana, el resto de tiempo estamos maquinando maquiavélicamente cambios, mejoras, haciendo protocolos, planillas de guardias, machacando indicadores y coberturas, planes para que las embarazadas vayan a las consultas, los niños se vacunen, organizando las prioridades de las familias que siguen llegando a los campos, rezando para que la situación de agua e higiene no se deteriore después de la salida forzosa de oxfam, manejando la farmacia, los pedidos, los consumos, las previsiones, y filosofando la manera de abordar en un país como Sudán temas como la violencia de género, el aborto, la anticoncepción, la mutilación genital femenina. Ahora concretamente, llevamos más de una semana planeando y organizando, adaptando y schedulizando toda la planificación anual. El problema es que si no estamos encima del “hospital” (health facility se llama), la desidia inherente hace que todo de vaya relajando poco a poco y que se suavicen los umbrales de calidad, el absentismo y la abulia se generalicen. Esta semana hemos descubierto que los médicos, tapándose uno al otro, desaparecen durante varios días, y muy probablemente sea la norma general de todos. Tenemos que estar aún más encima, siempre desde el punto de vista de hacer todo lo posible para mejorar la atención de los desplazados, los beneficiarios.
El jueves queríamos ir a ST también, pero cancelamos el viaje. Esta vez no fue por la visibilidad, las tormentas de arena, sino por seguridad. Nos llegaron noticias de que había combates “cerca” de ST. Cerca quiere decir a unas cuantas decenas de kilómetros de ST, pero como somos unos paranoicos, mejor ni acercarse. El motivo, “El lío de las mil vacas”. Rumores, noticias sin confirmar, diferentes versiones del mismo lío, pero parece ser que una de las varias milicias árabes en teoría controladas por el gobierno, en la práctica descontroladas, montó un lío. No se les ocurrió mejor cosa que hacer que robar 1000 vacas, que se dice pronto, de los pastores de la zona. Mil vacas. Me imagino al líder de esa milicia, una mezcla entre John Wayne, aladino africano, de piel negra medio talibán enturbantado, polvoriento barbudo o quizás con sombrero de baquero, kalasnikov al hombro, a lomos de caballo, árabe por supuesto, y su séquito de bandidos con lanzagranadas. El caso es que robar mil vacas implica robar a muchos implicados, valga la rebuznancia, o rebuzno si se quiere. Significa robar muchos pastores, pues no hay por estas polvorientas tierras desérticas grandes adinerados hacendados sino más bien pequeñas tribus con escasas cabezas de ganado por familia. Y debe ser que los pastores, después de tanta guerra y tantas facciones pululando por allá ya están escarmentados y armados y ni cortos ni perezosos, se embarcaron en la odisea de recuperarlas. El caso es que unos cuantos tiros, unos cuantos muertos, y nuestra visita del jueves cancelada, pero al final, hasta ST no llegó la gresca y por allí todo estaba tranquilo. Las últimas notitas que me llegaron es que los pastores habían recuperado gran parte de las vacas en discordia, pero no todas.
Por cierto, el viernes pasado por fin fui al mercado, ese donde hace unos días se liaron a pegar tiros hace unos cuantos días, pero todo estaba tranquilo el día que fuimos. Por fin me fumé una sisha (o como se escriba, es decir una pipa de agua), con un te y por primera vez en mucho tiempo me sentí realmente a gusto de estar aquí. Es increíble como uno se acostumbra a ciertas cosas, ya no me llaman la atención la cantidad de militares que hay por todos lados, caminando, en la toyotas pickup, con una ametralladora montada en parte de atrás, y a veces con lanzacohetes, con una saco lleno de cohetes.
Este lunes volvimos otra vez, como siempre, dos veces por semana, y este jueves igual, pero la novedad es que por fin fuimos el clásico y famoso “Antonov”, creo que este el modelo del helicóptero que usamos, de la wfp (programa de alimentos de la onu, lo que llevan saquitos de comida). Estos cacharros son mucho más grandes que mi helico de Astorga, con 22 plazas, la panza enorme para llenarlo de carga. El copiloto Kasparov ruso como el helicóptero y los dos pilotos, nos contó el rollo ese de las puertas de emergencia, y que fumar estaba prohibido, como en los vuelos normales. Las ventanillas como claraboyas se abren o pereces por el calor, y al estilo película de rambo, los asientos como dos bancadas a cada lado, y nosotros cinco, haciéndonos fotos con cara de payaso. A la vuelta, también le pedimos al copiloto si podíamos dar una vuelta por los campos de desplazados, Shangy camp, Shadat camp, y la aldea de ST. Para hacer fotos aéreas y ver el hospital. Los campos desde el aire se ven como una inmensa concentración de casitas de paja y caña, con sus parcelas delimitadas por vayas de caña que demarcan un área de “jardín” de arena. En el medio del campo mayor, Shangyl, el área que mejor se puede identificar desde el aire, justo en pleno centro, nuestro “hospital” rodeado por los cuatro costados. Una veintena de tiendas de campaña. Dos barracones semipermanentes, de madera y lona, bien ventilados, y frescos (lo más posible) que son las dos salas de internamiento, una de adultos y la otra de pediatría y nutrición, 32 camas en total, otras dos estructuras similares pero más pequeñas, la maternidad con 4 camas y la de partos, y las consultas prenatales, postatales y de planificación familiar. Otra estructura con postes de madera y paredes de lona, el consultorio. El resto son tiendas de campaña, las consultas de nutrición ambulatoria, de control y screening de peso, de vacunación, salud mental, con un psicólogo que es un perro verde sudanés, una tienda de aislamiento (no para gripe precisamente) otra pequeñita de “neonatología” (es pura ironía), que más bien es un cocedero de gambas, un área para curas y cirugía menor, cocina, esterilización, laboratorio. Y la zona de reparto de alimentos, con varios camiones de wfp descargando sacos y sacos, rodeados por cascos azules, protegiéndose del sol más que de otra cosa.
El jueves también volamos con Kasparov y sus colegas rusos, pero no fuimos solos, y el helico estaba lleno, con gente de unicef, de oxfam, de wfp, y nuestra carga de crema de cacahuetes.
No es coña, llevamos 25 cajas de crema de cacahuetes, el maravilloso “PlumpyNut”, un engrudo alimento compuesto que se utiliza para alimentar a los niños (y adultos) desnutridos en nuestro centro de nutrición, (o de desnutrición, según se mire). Es un invento maravilloso, un saquito de 500 Kcal, de muy buen sabor (en Etiopía me comí unos cuantos que estaban a punto de caducar) con muchas vitaminas añadidas, concentrado y de larga caducidad, que aguanta almacenado las altas temperaturas del desierto, y con el que se tratan hasta los severos malnutridos, incluso de forma ambulatoria, con lo que las madres sólo tienen que venir a recogerlo una vez cada dos semanas para el control del niño y para llevarse un montón de saquitos. En el centro del “hospital” msf sólo ingresamos a los que además tienen complicaciones o son bebes. Antiguamente se trataban a todos los severos en estos centros, con largos periodos de internamiento, costosos programas que han pasado a la historia con los protocolos ambulatorios y el “PlumpyNut”. Cristina!
Normalmente el material, los medicamentos, el PlumpyNut, etc. lo llevamos por tierra, en camión, pero ya que íbamos en el Antonov, pues aprovechamos para llevarlos, que salía gratis.
Pues el mismo jueves, de vuelta en Al Fashir, al poco de llegar de ST, ver a una chica de la cruzroja haciendo de médico porque estaba pachucha, y ducharme y acicalarme, fuimos al campamento de wfp. Menudas instalaciones. El mismo uruguayo que nos acompañó por la mañana y tarde, el jefe de vuelos, nos había invitado a una fiesta! Allí estaban también los pilotos rusos, el copiloto, y gente de onu, wfp, muchos de ellos españoles o latinos, por cierto. Y allí me reencontré con mi gran amigo Juanito Andarín, etiqueta negra! Mi querido amigo que tanto había echado de menos durante el último mes y cerveza!. A modo inglés, me dediqué en el menor tiempo posible a ingerir la mayor cantidad posible, dado que a las 9 (llegamos a las 7 y media) sonó la campanita, y nos avisaron del toque de queda, y que las puertas del campamento se cerrarían y ya no podríamos salir del fortín, o salíamos por patas en ese mismo instante, como hicimos, claro, regresando en nuestra linda fragoneta “vanet” o similar a nuestra humilde casita (extremadamente humilde, si comparamos con el sitio de donde veníamos) donde continuamos la fiesta, pero ya sin birras ni juanito.
Y coloríncolorado, este cuento se ha acabado”

Besos a tod@s
PD: Saludos de un erizo que ha venido a visitarme. Corre mucho y lleva las púas repeinadas, creo que viene de la disco. El otro día uno que vive en mi habitación tuvo que ser desalojado, porque hacía demasiado ruido al correr, con sus patitas taconeando la estera. Imaginadme en mitad de la noche persiguiendo un erizo en mi cuarto, y se admiten sugerencias sobre cómo cogerlo para la próxima vez. También tenemos en la casa una familia de gatos. Una gata que parió hace poco y sus dos cachorros hacen las funciones de la televisión, viendo sus trastadas en lugar de miles de anuncios.
Rebesos.

1 comentario:

  1. Pues parece que me colé, el helico no se llama antonov, eso es un avión, y enorme, se ve que se me cruzaron los nombres en el aeropuerto, al ver uno de esos y alguien dijo, ese es un ANtonov...

    ResponderEliminar